Sunday, March 16, 2008

El corso

EL CORSO


El cielo, con derroches de estrellas, parecía enseñorearse con la luna llena.
Plantas y flores, opacadas con la polvareda que levantaban las carretas languidecían lentamente. Los carros pasaban adornados para el desfile del carnaval, y de pronto la noche se pobló de cantos, luces, murmullos, y los gritos de los vendedores de baratijas.

Don Olegario, que presidía el palco junto con la comitiva vecinal, era el encargado de dar los premios; al mejor disfraz, a la mejor carreta, como también elegir la reina del carnaval. Alumbrándose con un farol, se enderezo para desentumecerse la cintura dolorida. Doña Rosana le seguía las pisadas y las miradas, al viejo septuagenario que tenia fama de picaflor.
- ¡Estas viejas! – Solo son buenas para rezongar… (filosofo para sus adentros) y
alguna boca risueña contuvo la risa.
Enredaban las serpentinas, cabelleras de Pierrot, gitanos, condesas con peluquines y también los zapatos de algún viejo payaso alfombrando el piso de tierra, junto al papel picado. Se detenían las carretas junto al palco, y con sonrisas y risas los ocupantes querían destacarse, mientras una murga cantaba y hacia cabriolas, con los consabidos estribillos y las caras pintarrajadas, nombrándose “Rantifusos y chitrulos”.
- ¡Ah, chee!- me olvidaba - apunto Don Olegario - La reina va a tener que ser la hija de ferretero, es el que puso mas plata – Sii… dijo Don Silvano, ya caí en la cuenta…
Meneando la cabeza el viejo dolorido y cansado, no dijo palabra.

A lo lejos pasaban los vendedores vociferando sus mercancías, pomos de agua, serpentinas y toda clase de baratijas. Los piropos caían como papel picado en los corazones de las mocitas querendonas.
Enmascarado, un Pierrot de ojos celestes, tomando del brazo a una muchacha, se la llevo calle arriba… La ternura se adueño del alma de la jovencita y con aterciopelada sonrisa, acepto el brazo del payaso de la luna.

Ya entrada la noche, comenzaba a sosegarse el gentío, que por las calles transversales se salían del callejón largo.
La hija del ferretero entre lágrimas y risas fue coronada la reina del carnaval…
Algunos cantaban todavía y algunas mozas, convencidas quien sabe con que palabrería, se perdían en los brazos de algún apuesto mozalbete.
Las primeras claridades iban empalideciendo las estrellas. Don Olegario después de dar por finalizados los festejos, se disponía a retomar el largo camino hacia su casa.
- ¡La pucha! - otro carnaval… ¡Cuantos recuerdos! - Un suspiro se quebró en su pecho trémulo, de sensaciones, mientras que con el paso lento y cansado de los viejos, se iba perdiendo en la madrugada. Allí sobre un jergón dormía un borracho.

Una llovizna suave, parecía querer limpiar los restos de ese carnaval que ya había terminado. Un gallo inicio la monotonía diaria de despertar a los vecinos… Carmen Passano

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